Son las 9:00 de la mañana de un día que ya promete ser calurosísimo. El centro de día Benicadell se encuentra en un área tranquila del pueblo. La luz invade el pasillo en forma de herradura, filtrándose por las numerosas ventanas haciendo brillar todavía mas los colores pistacho de sus pasillos. Pasillos en curva, sin ángulos, para poder ver con facilidad a los pacientes. Pasillos que Pepe Gonzalbez y Juan Cascant diseñaron una tarde en la servilleta de un bar en el que delinearon los sueños de Inma Lopez, hoy presidenta del centro. Las numerosas ayudas recibidas de mucha gente y de las instituciones, hicieron posible que este precioso centro abriera sus puertas hace 5 años.
Me siento de nuevo en el colegio. Juguetes, mesas de colores, dibujos en las paredes…
Son pasadas las 9:30 cuando llegan los remolones alumnos acompañados de familiares y cuidadores. Observo que los acompañantes no se marchan inmediatamente, se sientan un momento con ellos. Me aclara la psicóloga Sussan que hoy es Lunes y hay que tener paciencia.
A nadie le gusta volver al cole los Lunes y hay que ir despacio. Pronto llegan las trabajadoras del centro con la sonrisa puesta y una amabilidad desbordante y los alumnos las colman de besos y abrazos.
Ya en clase, los mas aventajados, aquellos a los que el Alzheimer no les ha robado la capacidad de interactuar, se preparan para una intensa mañana que comienza con gimnasia. «Arriba y abajo, arriba y abajo…» dice Delia animando con energía. Después vendrán canciones populares dirigidas por la animadora social Sonia y amenizadas por una de las alumnas diplomada en castañuelas y alegría.
Las horas se pasan volando en este cole en el que en vez de sonar la campana, las profesoras te toman suavemente del brazo y te acompañan a la siguiente clase.
Toca Educación Física, o lo que es lo mismo, Fisioterapia.
Y casi sin percibirlo ha llegado la hora de comer. Hoy hay lentejas, si quieres las comes…» y si no también» me dice una de las alumnas entre risas.
Tras la comida, viene la siesta. No todos duermen, algunas cuchichean por lo bajo revoltosas, no quieren dormir.
Por los pasillos me encuentro a Beti, es Inglesa e inquieta. Pese a que me dicen que ya ni en Ingles habla yo lo intento. Parece que me entiende, pero de su boca no sale nada coherente. Sin embargo sigo hablándole en Ingles y noto cierta conexión. Beti me sigue sin parar por los pasillos. Yo le sigo hablando. En un momento, se acerca a la mesa donde charlo con algunas de las cuidadoras y me dice.
«Thank you very much! » Después me besa repetidas veces.
Me pregunto que cortocircuitos se estarán produciendo en su cabeza, que serán esas palabras que intenta decirme con acento británico. Que sentirá cuando los otros enfermos no la entienden. Si esta enfermedad ya es dura en un entorno en el que se habla tu lengua, que tiene que ser sumarle la barrera del idioma?
Se hace el silencio en el centro. El calor aprieta y decido marcharme, no quiero abrumarles con mi presencia. Los niños suelen revolucionarse con la llegada de extraños y aunque me han acogido con mucho cariño, decido marcharme. Demasiadas historias, demasiadas emociones, demasiadas celdas vacías en este enjambre llamado Alzheimer.
Mañana hay cole otra vez, volveré a verlos a todos a las nueve y media como siempre, en el Centro de Día de Benicadell.
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