A Villa Pehuenia se llega por pistas de tierra. A cuatro horas de la ciudad mas cercana, Zapala, parece impensable que este pueblo sea uno de los mas turísticos de la Cordillera.
Nada mas entrar, se percibe como el desarrollo turístico ha crecido a pasos agigantados desbordando las infraestructuras del pueblo. Las calles sin asfaltar, albergan hoteles de mas de $150 la noche, así como restaurantes y locales de copas.
La búsqueda de alojamiento mas o menos económico, se hace imposible. Se aproxima un fin de semana festivo y los turistas no se hacen esperar, llegados desde Chile, Buenos Aires…
Desesperados por encontrar hospedaje, preguntamos a los transeúntes, que nos mandan hablar con la cajera del único supermercado del pueblo. Dicen que ella nos puede ayudar, según cuentan, es la hija del dueño.
El supermercado está abarrotado. Nos acercamos a la caja y esperamos a que la chica termine de contar un fajo indecente de billetes .
Cuando termina, efectivamente nos dice que su padre tiene unas cabañas. El precio es el mas razonable que hemos encontrado hasta el momento, así que, nos la quedamos. Al llegar a la misma, nos recibe el padre de la chica, dueño del supermercado, con las manos sucias de trabajar en la obra. Nos cuenta que no dan abasto. Está construyendo mas y mas cabañas porque ya no tiene sitio.
Cae la tarde cuando visitamos a la familia mapuche Placido Puél.
Los Placido Puél vivieron toda la vida alrededor del lago Aluminé . Como a todos los mapuches intentaron echarlos de su territorio. Durante generaciones sufrieron el acoso de los wincas (blancos usurpadores) que intentaban quitarles de en medio.
Hoy sólo quedan tres de los hermanos Puél y sus descendientes.
Raúl Puél, Lonko (autoridad) de la comunidad, se encuentra fuera. Nos recibe su hermana Liliana. Acaba de volver del la veranada(tierras altas en la montaña donde pasta el ganado en verano). Nos habla de las luchas constantes por defender sus pastos, de la intranquilidad con la que viven. Liliana es una mujer fuerte y trabajadora. En invierto teje todo lo que puede y lo vende luego en el pueblo a tiendas de turistas.
Su hermana María, vive en otra parte del lago. Tiene un camping agreste. Acampar en el paraíso y este lago, deben de ser lo mismo. El agua es transparente y la tranquilidad infinita. Un baño y una caseta con refrescos, son las únicas instalaciones del lugar. El que va, sabe que va a vivir una experiencia natural. A cambio María ofrece a los turistas sus conocimientos. Hace cremas y remedios medicinales con plantas. “No hay una que no sirva para algo” dice. También se atreve con los perfumes y a día de hoy, fin de temporada, no le queda nada, lo vendió todo.
La lucha de María ha sido tenaz. Un día construyeron en su terreno un hostería. Casualmente me cuenta, el constructor no es otro que el dueño del supermercado y de la cabaña donde me alojo. A su vez es dueño de muchos otros terrenos.
“No hay lugar del que no intente apropiarse”. Pero las leyes fallaron a favor de María y hoy día la hostería permanece cerrada. A María le gustaría que construyeran allí una universidad en la que los jóvenes tanto Mapuches como no, pudieran estudiar. “Hacen falta ingenieros agrónomos en estas tierras y veterinarios. Los jóvenes tienen que marcharse lejos de aquí a estudiar y no tienen dinero para alojarse en la ciudad”.
María tiene tres hijas. Nos muestra la humilde cabaña de madera que una de ellas se está construyendo para independizarse.
“No nos dejan hacer nada. Ayer volvieron los milicos y nos dijeron que no podíamos levantar ni construir nada”. “Pero esta es nuestra tierra.”
A escasa distancia, en otro recodo del lago vive otra de sus hijas, Juana. Trabaja haciendo artesanía y muebles junto con su marido. Rodeada de chalets privados, vigila permanentemente su espacio. Sabe que cualquier día intentarán echarlos de nuevo.Sus hijos, ajenos a todo juegan entre los troncos y los muebles que fabrica su padre.
La tercera hija de María, Alejandra, es la que peor lo lleva. Ha sufrido numerosas agresiones y no es tan fuerte como las otras. Sus hijas rubias, han salido al padre, Uruguayo. Alejandra teme por ellas. Cree que alguien las puede envenenar o hacerlas daño. Han sido muchas las agresiones y amenazas. Jamás olvida el temor con el que creció . Sabe que ser Mapuche no vale nada para los winkas adinerados, que buscan lugares vírgenes que explotar turísticamente.
Los Puél, han sabido defenderse y resistir. En el último desalojo, la municipalidad reunió por radio a la población para que ayudaran al desalojo de los que llamaban “peligrosos Mapuches”.
Mas de doscientas personas acudieron con palos y motosierras a enfrentarse con un grupo de seis personas desarmadas que luchaban por lo que era suyo, casi todas, eran mujeres.