Fernando Quintriqueo nos abre las puertas de los territorios recién recuperados. Apenas hace unas semanas que montaron allí sus campamentos. Desde entonces, se turnan para hacer guardia.
El terreno fue vendido a una Americana adinerada paradójicamente por unos pocos pesos, sin consentimiento alguno del pueblo mapuche. Ella, pese a saber que pertenece a la comunidad mapuche, nunca se ha dignado a bajarse de su todoterreno y hablar con ellos, me dicen. Tan sólo aparece de vez en cuando, protegida por los cristales tintados de su camioneta para filmar o sacar fotos.
Fernando me acompaña hasta una pequeña carpa y me invita a pasar. En ella se encuentran José Quintriqueo, Werken (autoridad) de la comunidad junto con otros miembros.
En la carpa una estufa hecha con placas de latón sirve de cocina. Sobre ella hay todavía restos de asado.
Mientras saborea un mate, José me cuenta la importancia de velar por las tierras recién recuperadas. Pronto van a construir unas cabañas y algunos de los jóvenes de la comunidad comenzarán a vivir allí. Saben que la propiedad la da el uso y están dispuestos a recuperar sus territorios.
El sol comienza a ponerse. Los mas jóvenes se animan a bajar al lago a tomar el último baño del día. Caminamos entre inmensos árboles hasta llegar al paraíso, un lago kilométrico y de agua cristalina.. Los niños corren hacia el agua sin reparo alguno y detrás los perros, que juguetones recogen palos una y otra vez. Las chicas aprovechan la quietud del agua para buscar mejillones. El eco infinito repite incesante las risas de los niños que chapotean divertidos.
José Quintriqueo me explica como los montes que rodean al lago han sido siempre propiedad mapuche. En ellos han pastado siempre sus ganados. Cangrejos, truchas mejillones, agua limpia…naturaleza en estado puro que esta comunidad se esfuerza en cuidar y preservar.
El sol se ha puesto ya, es hora de retirarse. Montamos en el pick up y volvemos a cruzar el bosque, dejando a nuestro paso una nube de arena. A lo lejos los últimos rayos de sol tiñen de naranja el horizonte.
En unos minutos, la oscuridad se adueñará del campamento, ya que no hay luz eléctrica en las tierras de los Quintriqueo. Fernando enciende una luz improvisada conectando una bombilla a una batería de coche.
-No esta mal verdad? me dice orgulloso.
Me despido, esta vez hasta otra. Se que no será pronto, pero se, que alguna vez volveré.
-Mari Mari!! les digo.
-Mari Mari!!!! responden ellos entre risas.
La tranquera de los Quintriqueo se cierra a mis espaldas. El mundo real se abalanza de nuevo sobre mi. Siento como si hubiera salido de la máquina del tiempo.
Imagino que así era la naturaleza hace cien años. Salvaje, viva, pura y mas poderosa que el hombre.