Joaquín y Etelvina llevan 57 años casados, son padres de 4 hijos y por caprichos del destino forman parte de este desconocido club del olvido.
Cada mañana salen juntos de su casa agarrados de la mano camino del Centro de día de Benicadell al que acuden para seguir estudiando, según palabras de Etelvina.
“En esa escuela hay gente que no sabe hacer nada”, dice Etelvina con orgullo.
Etelvina es extremadamente perfeccionista en todo lo que hace. Lo mismo rellena flores para el mural de verano con bolitas de papel de colores, que arranca con esmero la maleza que crece entre las baldosas del patio. Pero haga lo que haga lo hace perfecto.
Joaquín y Etelvina se quieren tanto que no soportan ir a distinta clase y no verse. Tanto es así, que no es raro ver a Joaquín escaparse a verla, o a ella consolarlo cuando se emociona al escuchar esas canciones que le recuerdan a sus tiempos mozos. Porque el era muy guapo, me lo dice Etelvina y lo corroboro al ver las numerosas fotos que adornan la sala de su casa.
Eso si, puntualiza Etelvina…” Cuando fue al ejército y lo pusieron en la sección de caballería, tuvieron que ponerle una escalera para que subiera al caballo de lo bajo que era”..dice mientras se ríe.
A Joaquín lo llamaban “faroles”,como a su padre, de farolero que era. De carácter muy extrovertido, era muy conocido y querido en el pueblo.
Cada tarde Joaquín y Etelvina vuelven solos del Centro de Día a su casa. Etelvina todavía mantiene el sentido de la orientación intacto, no así su esposo, que no es capaz de orientarse y se ha perdido en numerosas ocasiones. Pese a que sus hijos están con ellos día y noche, quieren que Etelvina siga viéndose obligada a hacer esta pequeña operación que le da algo de autonomía.
El resto del tiempo, los cuatro hijos de la pareja hacen turnos con organización militar para que nunca falte nadie en la casa ni de día ni de noche.
Los hijos lo han pasado mal. No es fácil tener a un familiar con Alzheimer, así que tener dos fue una experiencia que no se la desean a nadie. Primero empezó Joaquín, se perdía. A menudo salía a tirar la basura y no regresaba. Fueron muchos sustos hasta que le pusieron un localizador. El dice que lleva un marcapasos. Al tiempo empezó Etelvina y con ella fue todavía mas duro, puesto que era muy consciente de todo lo que le pasaba y se negaba a ir al centro de día.
Tuvieron que decirle que en el centro de día necesitaban trabajadoras que echaran una mano y solo así consiguieron convencerla de que acudiera.
Cae la tarde y Etelvina recibe minuciosas instrucciones de su hijo para preparar la sopa. Ella no ha olvidado como hacerlo y trajina sin parar en la cocina. Mientras tanto, Joaquín, como una sombra, permanece sentado observándola.
Pero todas las noches antes de cenar, salen un ratito al parque a tomar la fresca. Se agarran del brazo y se sientan siempre en el mismo banco.
No llevan ni dos minutos cuando Joaquín la mira y le dice “¿cuando nos vamos?” “Y ella le responde el refrán que repite día y noche sin parar “Dichosos mis bienes que remedian mis males”.
Entonces se miran y ríen como dos novios recién estrenados en el banco de un parque.