Ser mujer en la India no es tarea fácil y si encima perteneces a una familia pobre, quizás tu nacimiento represente una desgracia para la familia. Significando tu sexo un enorme sacrificio para tus padres, obligados por tradición a juntar la “dote” para casar a sus hijas. Si con todo, no reúnen lo suficiente, tu destino puede ser bastante incierto y a menudo desgraciado.
Mis vecinas de Mundgod son mujeres analfabetas, de piel curtida y ajada y manos agrietadas por el esfuerzo de cortar leña, lavar la ropa y parir en condiciones inhumanas.
Mis vecinas se levantan al alba y comienzan a encender el fuego a la puerta de la casa con el ánimo de cocinar unos granos de arroz que alimenten a sus hijos.
Enfundadas en coloridos saris, caminan erguidas con un jarro en la cabeza y otro encasquetado a la cintura, para hacerse con un poco de agua no potable con la que asear a sus pequeños antes de mandarlos al cole.
Mis vecinas limpian la ropa en la piedra con el frotar de sus manos mientras sus maridos mastican nuez de betel ( una sustancia estimulante que desfigura la boca y les da un aspecto vampirico tiñendo de rojo sus dientes).
Mis vecinas no tuvieron la oportunidad de ir al colegio, fueron casadas al mayor postor, algunas muy jóvenes, o convertidas en esclavas al servicio de sus maridos y la familia de estos.
Mis vecinas me saludan con una enorme sonrisa cada día, mientras sus maridos me miran con ojos inquisidores.
Las hijas de mis vecinas tienen un enorme brillo en los ojos, van al colegio y parecen felices, pero puede que en unos meses, el brillo de sus ojos comience a desaparecer, hasta convertirsen sus ojos en hondas cuencas de color mate.
Las hijas de mis vecinas son pobres, y repetirán la historia de sus madres.
Ayer cuando volvía a casa volvió a irse la luz. Tan solo algunas tenues luces provenientes de las llamas de alguna vela, salían de las puertas abiertas de las humildes casas. Con la luz de la linterna iluminaba el camino, cuando escuché unos gritos a mi izquierda…y entonces, volvió la luz, e iluminó la dantesca escena que acompañaba a esos gritos. Un hombre sujetaba a una mujer que yacía en el suelo. El hombre,con una piedra en la mano, amenazante la increpaba, mientras sus niños pequeños gritaban, y todos los vecinos contemplaban la escena en silencio.
La moraleja parece fácil, son gente sin educación y de vidas difíciles.
Que moraleja pondremos al otro lado del mundo, en países como España, donde cada año el número de mujeres muertas por violencia de género ronda la centena?
Como si de una rafaga de aire frio que nos sacude la cara por la mañana, Maite nos vuelve a recordar que los unicos responsables del mundo en el que vivimos somos los que habitamos en el.
Maite – la voz de la conciencia
Muy bueno, como siempre